Insultos cultos

Frente a las actuales palabrotas, generalmente groseras y sexistas, en la lengua española existe todo un mundo de ‘palabras malsonantes’ más elaboradas, sonoras e incluso divertidas. He aquí nuestra breve guía de insultos antiguos.

– Bellaco: Se emplea para la persona pícara, astuta y sagaz, pero también para el traidor. Miguel de Cervantes lo utiliza así a principios del siglo XVII: “¡Oh hi de puta bellaco y cómo sóis desagradecido, que os véis levantado del polvo de la tierra a ser señor de título y correspondéis a tan buena obra con decir mal de quien os la hizo!”.

– Berzotas: Dícese del sujeto alocado, escandaloso, poco serio y algo bocazas. En algunas regiones se utiliza como sinónimo de ignorante o necio. El origen de esta última acepción puede residir en el refrán del siglo XVI “Vos a las berzas y yo a la carne”, porque el ‘berzotas’ consiente en tomar la peor parte y deja a otro la mejor. Por ello, en ocasiones se llamaba así al hombre que consentía el adulterio de la mujer.

– Catacaldos: Persona irresponsable que emprende muchas cosas y no se centra en ninguna, razón por la cual no suele salir airosa de dichos asuntos. Pérez Galdós utiliza este insulto en su obra ‘Bodas reales’ (1900): “El liberalismo que yo traiga, que me lo claven en la frente… ¡Ja, ja! ¡Apañados están los catacaldos del Progreso! Ayer conspirabais como topos y hoy como gallos cantáis en el montón de basura más alto del gallinero…”.

– Chisgarabís: Persona inquieta que va de un sitio para otro sin cometido claro. El término apareció por primera vez en Andalucía para describir a los entrometidos y bulliciosos.

– Descocada: Por lo general se utiliza de forma sexista para llamar a la mujer atrevida y capaz de insinuarse al hombre. Se dice asimismo de aquélla que habla con libertad de todo tipo de cosas, sin importar su conveniencia en una conversación. A mediados del siglo XVIII, Baltasar Gracián sostenía que en Madrid “las calles hierven de mujeres tan descocadas cuan escotadas”.

– Gazmoño: Individuo hipócrita que se presenta como una persona piadosa cuando no lo es o que finge virtudes de las que carece. En algunas zonas de Cáceres se llama así a aquella persona que selecciona de manera exagerada lo que come.

– Mercachifle: Era la forma despectiva de referirse a los vendedores callejeros de mercancías. Por extensión, un mercachifle es una persona merodeadora y trotamundos, de quien es mejor no fiarse. En algunas zonas de Valencia se llama así a las personas muy informales.

– Petimetre: Se usa para describir a los jóvenes presuntuosos y afectados que se preocupan en exceso por su aspecto y siguen de forma religiosa las modas y comportamientos más actuales. Podría decirse que ‘petimetre’ es la forma más antigua que tiene el español para referirse a los actuales ‘modernos’.

– Quedón: Individuo guasón y bromista. El término se utiliza también para designar a aquél que la toma con alguien (con quien ‘se queda’) y no lo deja tranquilo.

– Quitahipos: Persona que por su aspecto físico produce miedo, desconfianza o sorpresa. Sin embargo, el término ha experimentado un cambio semántico hacia lo positivo, calificándose de ‘quitahipos’ aquello que despierta gran admiración.

– Rastracueros: Se decía del individuo que se arrastraba desnudo, sumido en la pobreza. De ahí pasó a denominar a las personas miserables, que a las carencias materiales unen el vacío espiritual. A los ‘rastracueros’ también se les puede llamar ‘rastrapies’, por el andar vacilante del que va sin rumbo fijo en la vida.

– Rechiquirrititillo: Posiblemente, el insulto más diminutivo que pueda decirse en castellano. Con él se describe con una mezcla de desprecio y lástima a quien se considera tan minúsculo en cualquier aspecto moral o social que casi parece no existir a ojos de la mayoría.

– Rezonglón: Dícese de la persona gruñona que muestra enfado y desgana cuando se le manda hacer alguna cosa. También llamados ‘rezongadores’, siempre han gozado de mala fama. Francisco de Rojas en ‘La Celestina’ (1499) los describe así: “No hay, cierto, tan mal servidor hombre como yo, manteniendo mozos adevinos rezongadores…”.

– Robaperas: Se denomina así al granuja de poca monta o a la persona de importancia social irrelevante. Es sinónimo de ‘tirillas’ y ‘donnadie’, términos de implantación más moderna.

– Sacamuelas: Charlatán y enredador. Se dice de la persona que siempre quiere alzarse con el triunfo, sin importarle usar la mentira y demás mecanismos injustos. Tirso de Molina en el siglo XVII escribe “Muertes en rosario, al cuello: parecerán sacamuelas”.

– Sietemachos: Se utiliza para hablar de personas de escasa fuerza o baja estatura que se meten en refriegas de las que no pueden salir bien paradas.

– Zascandil: Se refiere al hombre enredador y entrometido, capaz de prometer lo que no puede cumplir. Dícese también del pícaro que se mete donde no lo llaman. En el ‘Cuento de cuentos’ (1626) de Francisco de Quevedo se lee: “¿No más llegar y zas, candil? A osadas que lo entiendo todo”.

Estos son sólo algunos de los insultos más curiosos que esconde la lengua española. Nos dejamos otros muchos como tuercebotas, botarate, bribón, cafre, espantajo, filibustero, ganapán, gordinflón o vargante. Todos ellos pueden encontrarse en ‘El gran libro de los insultos’, del académico de la lengua española Pancracio Celdrán Gomariz.

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