El anciano estaba postrado, casi moribundo cuando sintió el aroma de los dulces horneados que tanto le gustaban. Haciendo un gran esfuerzo se bajó de la cama y se dirigió a la cocina. Fue lento y trabajoso, a veces casi arrastrándose hasta que logró llegar a la fuente de los ricos aromas.
Sobre la mesa había varias bandejas de las golosinas recién horneadas. Se arrastró lo más cerca que pudo de la mesa, y utilizando las últimas fuerzas que le quedaban estiró la mano, un poco más y casi toca las golosinas y de pronto siente un agudo dolor en la mano y se deja caer.
Mira arriba y ve a su anciana esposa con la espátula en la mano amenazando con golpearlo otra vez que le dice:
– No te atrevas a tocar otra vez, son para tu funeral.